La Bioneuroemoción es el arte de acompañar a la persona a encontrar la emoción oculta, esencial (el resentir) asociada al síntoma que hay (la enfermedad) para descodificarla y así favorecer la curación mediante la liberación de la emoción que hay en el inconsciente y trascender dicha emoción transformándola. Enric Corbera

¿ PARA QUÉ MI BIOLOGÍA SE EXPRESA DE ESA MANERA?

Juana María Martínez Camacho

FORMACIÓN EN BIONEUROEMOCIÓN: acompañante en Bioneuroemoción.

Diplomada:

CP-1 Bases de Biodescodificación por la aeBNE (Asociación Española de Bioneuroemoción)

CP-2 PNL (Programación Neurolinguistica) e Hipnosis Ericksoniana aplicadas a la Biodescodificación (Bioneuroemoción).

CP-3 Formaciones Específicas en Biodescodificación (Bioneuroemoción)

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sábado, 29 de diciembre de 2012

Enfermedad y transformación consciente



 De oruga a mariposa:
  Cuando la oruga ha comido lo suficiente, busca un lugar seguro, teje un capullo y se encierra en él. Luego muda su piel externa y segrega una cubierta más fuerte y gruesa, permanece en este estado de crisálida sin comer, sin excretar, sin moverse, y en ese capullo ocurre un proceso de transformación por el cual muere la mayor parte del cuerpo viejo de la oruga. Se liberan unas enzimas que digieren el tejido de la oruga, o sea que se digiere a sí misma, pero no todo el tejido es destruido, quedan algunos grupos de células que hasta ese momento estaban “dormidas” y que ahora comienzan a crecer de nuevo supervisando la construcción del nuevo cuerpo con los jugos digestivos del viejo cuerpo de la larva. Unas células serán el ala, otras formarán las patas, antenas, y demás órganos de la mariposa adulta. Emergerá una criatura nueva, que ya no tendrá que arrastrarse para comer, ahora la mariposa con sus hermosas alas puede experimentar la vida de una manera que la oruga “nunca hubiera podido imaginar”, y todo gracias a la muerte de la criatura anterior.

  Esto podemos compararlo a la vida misma, refleja hasta qué punto la vida es un proceso de transformación en el que todos los acontecimientos fluyen de forma permanente y de cómo cada cosa que nos sucede tiene un significado, un porqué, aunque no logremos verlo.

   Esto lo confirma nuestro propio cuerpo, en el que cada cierto tiempo se regeneran sus células hasta el punto de que cada siete años todo el organismo es prácticamente nuevo. Vemos como cambian con los años nuestro carácter, nuestras formas de pensar o nuestras actitudes.
  Pero hay un aspecto que nos cuesta mucho más modificar: las creencias. Y es que por lo general, las creencias están  tan profundamente arraigadas en nosotros, que  cuando alguien las pone en entredicho, se produce casi siempre una fuerte resistencia. Esta resistencia es una de las mayores dificultades del ser humano para crecer interiormente. 
  Y es que no somos conscientes de la tremenda programación a la que hemos sido sometidos desde que nacimos, primero por nuestros padres y familiares cercanos, luego por los maestros en la escuela, el ambiente y la sociedad en la que hemos vivido. De tal manera que las respuestas que damos ahora, como seres adultos, están condicionadas por todo esa carga de creencias impuestas.
  Estas creencias están tan arraigadas, que condicionan nuestra visión de las cosas, nuestros gustos, nuestras percepciones emocionales y psicológicas, y, en suma, nuestra personalidad. Sin embargo, es sólo confrontando nuestras creencias con otras, replanteándonos lo que siempre hemos creído, como podemos avanzar, como podemos percibir otras realidades, como podemos evolucionar y crecer como personas. Única forma de poder realizar una transformación consciente. Esta transformación supone poder elegir en todos los ámbitos, por nosotros mismos, saliéndonos del condicionamiento, de las creencias. 
 Y ahí encontramos la mayor dificultad, porque "creer" es asumir como ciertas las informaciones recibidas por distintas vías sobre un tema para, inmediatamente, convertirse en verdades, sin cuestionarlas.
  Con lo cual, las creencias, en general, están exentas de lógica y suelen asentarse en el inconsciente colectivo hasta que son sustituidas por otras con mayor carga racional. De manera que conforman una especie de programas o esquemas mentales a través de las cuales discurren nuestros pensamientos y vemos la realidad. Por eso cuando cambiamos el esquema mental, es decir, cuando modificamos "los programas", cambia inmediatamente la realidad de la persona. Algo de mucha importancia en el ámbito de la salud.  Porque hoy se sabe que si en vez de creer que sufrimos procesos degenerativos, creemos que nuestro cuerpo se renueva a cada instante, que hay una inteligencia innata que se ocupa de mantener la vida, que nuestras células llevan impresa la orden de supervivencia, estaremos dando a  nuestro cuerpo un mensaje de equilibrio y salud. Y, sobre todo, no habrá en nuestro interior miedo, la emoción más nociva de todas porque influye en esa orden de supervivencia inscrita a nivel genético.


   De ahí que ser conscientes de nuestros procesos físicos, emocionales y mentales redunde de inmediato en una mejoría de la salud. Así lo demostraron, entre otros, los experimentos de laboratorio realizados por el Dr. Deepak Chopra en la Facultad de Medicina de la Universidad de Boston y en la Asociación de Medicina Ayurvédica de Lancaster, Massachusetts, según los cuales todas las funciones supuestamente involuntarias -regidas por el inconsciente- del cuerpo, como el latido del corazón, la respiración, la digestión, la temperatura corporal, las secreciones hormonales, etc., pueden ser también reguladas conscientemente mediante la biorrealimentación, un proceso de toma de consciencia muy sencillo basado en técnicas de meditación.
   Algo comprensible si tenemos en cuenta que si la energía mental coordina el orden electromagnético de la energía vital y ésta a su vez mantiene el orden a nivel celular, cuanta más coherencia haya en la emisión de pensamientos mayor será el aporte energético que recibirá nuestro cuerpo físico, lo cual beneficiará mucho nuestra salud.
   Por el contrario, la inconsciencia puede provocar un caos o desorden energético que a la larga terminará produciendo deterioros corporales. En cambio, una vida de participación consciente los previene. Es decir, si prestamos atención a los procesos corporales en lugar de dejar que funcionen de forma automática se producirá en ellos una mejora sustancial.


   Mediante ejercicios de respiración consciente comienzan a los pocos minutos a sincronizarse las ondas cerebrales, se aquieta el ritmo cardiaco y se equilibra la presión arterial.
   Por otra parte, sabemos que nuestros sistemas más importantes son el endocrino, el inmunológico y el nervioso ya que son los principales controladores de nuestro cuerpo. Pues bien, las células inmunitarias y las glándulas endocrinas tienen los mismos receptores de señales cerebrales que las neuronas; es decir, son como una prolongación de nuestro cerebro que circula por todo el cuerpo. Lo que ha llevado a los científicos a plantearse que la consciencia ha de existir en realidad en todas las células de nuestro organismo. De hecho, está comprobado que los estados de aflicción mental se convierten en procesos bioquímicos que crean enfermedades pero también es verdad que un estado de felicidad, alegría, ilusión u optimismo es capaz de producir automáticamente las sustancias necesarias naturales para contrarrestar la enfermedad.
  A fin de cuentas, la entropía -es decir, la tendencia que tienen los sistemas complejos a desorganizarse- sólo tiene lugar -en lo que al ser humano se refiere al menos- en el mundo físico. No ocurre así en el plano mental -no hablamos del cerebro, que es un órgano físico- ya que está en un nivel vibratorio superior y no sigue esa tendencia. De ahí que pueda volver a poner en orden el caos electromagnético que produce toda enfermedad.

Ampliando nuestra conciencia

  
  Es preciso entender que el aprendizaje del ser humano no se completa en una determinada etapa sino que es algo consustancial y no termina nunca.   En consecuencia, sólo estamos limitados por nuestro grado de consciencia, lo que implica que en la medida en que ampliemos ésta se ampliarán también nuestros propios límites.
  Y es que es el desconocimiento de nosotros mismos lo que nos hace víctimas de la enfermedad, del envejecimiento y de la muerte. Por eso es tan importante revisar de manera constante todas las creencias que hemos ido acumulando a lo largo de la vida ya que a lo mejor descubrimos que pueden ser sustituidas por otras más acordes con nosotros, con la vida y con la realidad. Algo a lo que podemos acceder hoy merced a los nuevos descubrimientos de la ciencia en todos los ámbitos.
  Sabemos que nuestra mente es un arma de doble filo y que tanto puede destruirnos como curarnos. Sólo depende de cómo adiestremos o condicionemos nuestros pensamientos para crear patrones mentales destructivos o constructivos. Además, de la actitud con la que afrontemos nuestros problemas de salud dependerá que ello redunde en un beneficio para nuestro crecimiento como seres en evolución o que la experiencia se limite a formar parte del sufrimiento de la inconsciencia.
  Veamos pues la enfermedad como una oportunidad para descubrir aquellos aspectos de nuestra vida que no funcionan. Para ello sólo tenemos que escuchar a nuestro cuerpo cuando nos habla.


martes, 18 de diciembre de 2012

Neuroplasticidad Cerebral



 La programación que se forma por pensamientos, comportamientos negativos, etc. (ver entrada sobre PNEI), puede cambiarse.
  Las neurociencias han dado origen al concepto de neuroplasticidad, que no es otra cosa (según comenta Stella Maris Maruso, en su libro El Laboratorio del Alma) que la habilidad natural del cerebro para formar nuevas conexiones.
  Tenemos el poder de desconectar y reconectar nuestras neuronas, desarticular y formar nuevas redes de pensamiento. Vimos cómo nos hacemos adictos a nuestros estados emocionales, pero, la buena noticia es que, también podemos generar nuevos receptores de los péptidos que se correspondan a estados emocionales saludables, creando nuevas redes neuronales con sólo enfocar nuestra atención en un pensamiento.
  En cada nueva experiencia, una nueva conexión sináptica se establece en nuestro cerebro con cada sensación, visión o sentimiento nunca antes explorado. Se crea una nueva conexión entre dos de las más de cien millones de células cerebrales. Si la experiencia se repite en un lapso relativamente corto, se fortalece, si no lo hace en un largo período, la conexión se debilita o se pierde.

  Esta plasticidad del cerebro, o sea, la capacidad de cambiar su forma física, constituye una de las propiedades más asombrosas en el campo de la neurobiología.

  Las emociones y los recuerdos, ya están codificados en redes neuronales y éstas conectadas al hipotálamo. Podemos salir de este circuito, lo que tenemos que hacer es activar nuevas redes y los químicos, comenzarán a fluir internamente logrando el cambio que elegimos realizar.
                           Somos lo que pensamos y sentimos.


  Los tres últimos descubrimientos de las neurociencias, cambiarán la forma de entender la naturaleza humana:

* La innovación y el enriquecimiento de nuestra experiencia de vida, junto con el ejercicio físico, pueden activar la neurogénesis a lo largo de nuestra vida, es decir, el crecimiento y el desarrollo del cerebro.

* Tales experiencias pueden monitorizar la expresión del gen (en minutos) en toda la extensión de nuestro cerebro y nuestro cuerpo para encauzar el crecimiento, desarrollo y curación de maneras, que, en el pasado, sólo se consideraban como milagros.


* El tercer descubrimiento, aparece como resultado de los dos primeros.
Cada vez que evocamos, que recordamos algo significativo de nuestra memoria, la naturaleza nos abre la posibilidad de reconstruirlo en un espacio genómico-molecular dentro de nuestro cerebro.


  Estamos continuamente comprometidos en un proceso de creación y reconstitución de la estructura de nuestro cerebro y cuerpo, en todos los niveles, desde la mente hasta el gen.

Todo lo dicho, contribuye a un cambio de paradigma también en la medicina.


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lunes, 17 de diciembre de 2012

Psiconeuroendocrinmunología (PNEI)


  La PNEI será el paradigma de la medicina del futuro. Estudia la relación entre la psiquis, el sistema nervioso, el sistema inmune y el sistema endocrino, y ofrece los conceptos y los componentes para cambiar la forma en que percibimos el mundo.

  Los componentes de la PNEI, son los neurotransmisores, las hormonas y las citoquinas, que actúan como moléculas mensajeras llevando información entre los sistemas nervioso, endócrino e inmune.

  Esta nueva rama de la ciencia, en palabras de Stella Maris Maruso (Fundación Salud, BS.AS. Argentina), nos muestra que la mente y la actividad del cerebro es la primera línea que tiene el cuerpo para defenderse contra la enfermedad, el envejecimiento y la muerte, y alinearse a favor de la salud y el bienestar.

  Gracias a investigaciones recientes, no podemos negar la evidencia de las interacciones entre mente-cerebro-cuerpo, a nivel molecular, celular y del organismo, que pueden impactar sobre la salud y la calidad de vida de los individuos.

  El Dr. Robert Ader, es considerado el padre de la PNEI, demostró que el sistema inmunológico podía condicionarse (1974), hasta ese momento, se creía que sólo el cerebro y el sistema nervioso central podían responder a la experiencia y cambiar su forma de comportarse.
  Si se puede condicionar el sistema inmunológico, es porque se encuentra bajo el control de nuestro sistema nervioso, y éste, bajo el control de los pensamientos, y esto es una revolución en la medicina. Hasta ese momento los científicos no veían una conexión entre el sistema nervioso y el inmunológico.

  Muchos investigadores, han decubierto que los mensajeros químicos que operan más ampliamente en el cerebro y en el sistema inmunológico, son aquellos que resultan más densos en aquellas zonas nerviosas que regulan la emoción, o sea que las emociones afectan al sistema inmune, algunas de las pruebas más evidentes las ofrece el Dr. Felten, colega de Robert Ader; en su trabajo junto con su esposa y otros colegas, detectó el punto de encuentro en donde el sistema nervioso autónomo se comunica en forma directa con los linfocitos y los macrófagos (células del sistema inmunológico).
  En la observación microscópica electrónica, descubrieron contactos semejantes a sinapsis, en los que las terminales nerviosas del sitema autónomo se apoyan directamente en las células inmunológicas.
  Este contacto físico, permite que las células nerviosas liberen neurotransmisores para regular las células inmunológicas, estas envían y reciben señales.
  Nadie había imaginado que las células inmunológicas podían ser blanco de los mensajes enviados desde los nervios.

  Cada vez son más los investigadores que reconocen el papel de las emociones en la medicina.
  La PNEI nos ayuda a entender mejor cómo se transforman las emociones en sustancias químicas, moléculas de información que influyen en el sistema inmunológico y en otros mecanismos de curación del cuerpo.
  Algunos de los trabajos más interesantes en este campo, se deben a la doctora Candace Pert (ex Directora del Departamento de Bioquímica Cerebral del Instituto Nacional de Salud Mental de los EEUU). Fue una de las primeras en estudiar los neuropéptidos, receptores de mensajes químicos que intervienen en la comunicación de las emociones. 

Esta neurocientífica, descubrió los receptores opiáceos en las neuronas.

  Esto demuestra una vez más la interconexión entre cuerpo y mente.

  Estamos acostumbrados a ver sólo lo que entra en nuestro marco de creencias. La doctora Candace, nos habla de cómo muchas de las "curaciones milagrosas, o remisiones espontáneas" de cáncer y otras enfermedades, están influenciadas por el poder de la mente y las emociones, y lo prueba científicamente. Dice que las emociones funcionan como "quimio-taxis", recorriendo todo el cuerpo. El ser humano tiene infinitas posibilidades si "cree" en su inmenso poder. La mente puede crear nuestra propia realidad.

  Fue por los años 80, la Dra.Candace Pert, liderando un grupo de investigadores, descubrió que, un grupo de moléculas llamadas péptidos (derivados proteínicos), son los mensajeros moleculares que facilitan la comunicación entre los sistemas nervioso, endócrino e inmunológico, es decir, que estos mensajeros, conectan tres sistemas diferentes en una misma red.
  Hasta ese momento, se sabía que, cada uno de estos tres sistemas, cumplían funciones diferentes y funcionaban por separado.

  El sistema nervioso, formado por el cerebro y una red de células nerviosas, la sede de la memoria y el pensamiento, de la sensibilidad corporal y de la emoción; el sistema endócrino, formado por las glándulas y sus secreciones hormonales, controla e integra diversas funciones corporales; y el sistema inmunológico, constituído por el bazo, la médula ósea, los ganglios linfáticos y células inmunológicas, es el sistema de defensa del cuerpo, se encarga de la integridad de las células, de los tejidos y órganos.

  Las investigaciones sobre péptidos, demuestran que estas separaciones conceptuales, no pueden seguirse manteniendo.

   Los péptidos conforman una familia de entre 60 y 70 macromoléculas que tradicionalmente recibían diferentes nombres: hormonas, endorfinas, neurotransmisores, factores de crecimiento, etc. Actualmente, se considera que forman una sola familia de "mensajeros moleculares".

  Estos mensajeros, son cadenas cortas de aminoácidos que se fijan a receptores específicos, situados en abundancia en la superficie de todas las células del cuerpo. 


  
  Al unir los tres sistemas en una misma red, los péptidos son mensajeros que circulando libremente por esta red, alcanzan todos los rincones del organismo.  De esta manera, se transforman en la manifestación bioquímica de la memoria, del pensamiento, de la sensibilidad corporal, de la emoción, de los niveles hormonales, , de la capacidad de defensa y de la integridad de las células, tejidos y órganos.

  Todas las partes del cuerpo y de la mente "saben" lo que está pasando en todas las demás partes del cuerpo y de la mente.
 

 Estamos ante un sistema de información integrado.

   Ampliando el concepto y la función de los péptidos, se descubrió que las hormonas, que supuestamente eran producidas exclusivamente por las glándulas, son péptidos que también se producen y almacenan en el cerebro; se descubrió, que las endorfinas (un tipo de neurotarnsmisores, que producen bienestar, felicidad), que se creía que sólo eran producidas en el cerebro, son péptidos que también son fabricados por las células inmunológicas; y, al seguir investigando, identificaron más receptores de péptidos y se descubrió que, prácticamente cualquier péptido conocido es producido en el cerebro y en varias partes del cuerpo simultáneamente.

La Dra. Candace Pert, expresa:
"Ya no puedo hacer una distinción tajante entre el cerebro y el cuerpo." 


  Los péptidos del sistema nervioso, no sólo son producidos por las neuronas, y son fundamentales para las comunicaciones de todo el sistema nervioso, sino que, al fijarse en receptores que están alejados de las neuronas que los originaron, están también en otras partes del cuerpo.

  En el sistema inmunológico, los glóbulos blancos, no sólo tienen receptores para todos los péptidos, sino que ellos mismos fabrican péptidos. Los péptidos controlan el patrón de migración de las células del sistema inmunitario y también todas sus funciones vitales. Los leucocitos (glóbulos blancos), son células móviles, con lo cual, pueden salir de los capilares introduciéndose en los espacios intercelulares de la pared y emigrar mediante movimientos ameboideos hacia cualquier partícula extraña que se encuentre invadiendo los tejidos. Así que, además de ser tansportados por la sangre llegando a cualquier parte del organismo, también se escapan de la sangre y se cuelan por los espacios intersticiales donde se bañan las células.


Moléculas de emoción

  Otro descubrimiento importantísimo, es que los péptidos son la manifestación bioquímica de las emociones. Los péptidos alteran la conducta y los estados de ánimo, así, cada péptido puede evocar un estado emocional único.


  El descubrimiento de esta red psicosomática, nos indica que, el sistema nervioso no está estructurado jerárquicamente, como se creía. La Dra. Candace dice "Los glóbulos blancos son pedazos de cerebro flotando a lo largo del cuerpo". Con esto vemos que la cognición se extiende a lo largo del organismo y opera por una red de péptidos que integra las actividades mentales, emocionales y biológicas.


  La Dra. Candace cree que la felicidad, no es un estado reactivo, sino que es un estado endógeno y que lo experimentamos cuando los neuropéptidos y sus receptores están abiertos y fluyendo libremente por la red psicosomática, integrando y coordinando nuestros sistemas, órganos y células.

   El hipotálamo es como una minifábrica, donde se producen químicos que se corresponden con las distintas emociones que sentimos. Cuando pensamos o interpretamos algo, el hipotálamo libera al torrente sanguíneo, el péptido que corresponde al estado emocional y como vimos, al saber que cada célula tiene receptores en su superficie que están abiertos a la recepción de estos neuropéptidos, no cabe duda que nuestros estados emocionales afectan la totalidad del organismo.


   Las emociones producen péptidos o moléculas de emoción que se concatenan con los    receptores de las células, al repetir las mismas situaciones que desencadenan las mismas emociones, el receptor se convierte en adicto a esa emoción (lo mismo ocurre con la adicción a las drogas); esto explica el porqué nos cuesta tanto cambiar y crear ciertas respuestas emocionales.

  Debido a esta inconsciente adicción a los distintos sentimientos, las emociones "condenan" a una persona a repetir comportamientos, desarrollando una adicción a la combinación de sustancias químicas que son propias para cada sentimiento que inunda el cerebro con cierta frecuencia. Somos adictos al temor, a la ira, a la depresión, etc. 

La buena noticia, es que esto se puede cambiar.





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sábado, 15 de diciembre de 2012

Moléculas de emoción-Candace Pert



  A mediados de los años ochenta, un grupo de investigadores liderados por la neurocientífica norteamericana Candace Pert, descubrió que un grupo de moléculas llamadas péptidos (derivados proteínicos) son los mensajeros moleculares que facilitan la conversación entre los sistemas nervioso, inmunológico y endocrino. Es decir, estos mensajeros conectan tres sistemas distintos en una sola red.

  Desde siempre se ha considerado que esos tres sistemas están separados y tienen funciones distintas. El sistema nervioso constituido por el cerebro y una red de células nerviosas, es la sede de la memoria, del pensamiento, de la sensibilidad corporal y de la emoción. El sistema endocrino, constituido por las glándulas y sus secreciones hormonales, controla e integra, como principal sistema regulador del cuerpo, diversas funciones corporales. El sistema inmunológico, constituido por el bazo, la médula ósea, los ganglios linfáticos y las células inmunológicas, es el sistema de defensa del cuerpo, responsable de la integridad de las células, de los tejidos y de los órganos.

  Las investigaciones sobre péptidos han demostrado que estas separaciones conceptuales ya no pueden mantenerse con una única red psicosomática.
  Los péptidos constituyen una familia de sesenta a setenta macromoléculas que tradicionalmente recibían distintos nombres: hormonas, neurotransmisores, endorfinas, factores de crecimiento etc. Actualmente se considera que en realidad forman una sola familia de mensajeros moleculares.
 Estos mensajeros son cadenas cortas de aminoácidos que se fijan a receptores específicos situados abundantemente en las superficies de todas las células del cuerpo.

   Al unir a los tres sistemas en una misma red, los péptidos son los mensajeros que circulan libremente por esta red alcanzando todos los rincones del organismo. Se transforman así en la manifestación bioquímica de la memoria, del pensamiento, de la sensibilidad corporal, de la emoción, de los niveles hormonales, de la capacidad defensiva, de la integridad de células, tejidos y órganos.
 Todas las partes del cuerpo y de la mente "saben" lo que está pasando en todas las demás partes del cuerpo y de la mente. Es un sistema de información integrado.

  Pero no es sólo eso. Los siguientes descubrimientos ampliaron aún más el concepto y la función de los péptidos. Resultó que las hormonas, supuestamente producidas en exclusividad por las glándulas, son péptidos que también se producen y se almenan en el cerebro.
 Un tipo de neurotransmisores llamados endorfinas, que, según se pensaba, eran producidas solamente en el cerebro, son péptidos y también son fabricados por las células inmunológicas. Se siguieron identificando más y más receptores de péptidos y se vio que prácticamente cualquier péptido conocido es producido en el cerebro y en varias partes del cuerpo simultáneamente.
  En palabras de Candace Pert:
"Ya no puedo hacer una distinción tajante entre cerebro y cuerpo".

  Los péptidos del sistema nervioso no solo son producidos por las neuronas y juegan un papel fundamental en las comunicaciones de todo el sistema nervioso, sino que, al fijarse en receptores alejados de las neuronas que los originaron, actúan también en otras partes distintas del cuerpo.
  En el sistema inmunológico, los glóbulos blancos de la sangre no solo tienen receptores para todos los péptidos, sino que ellos mismos fabrican péptidos. Los péptidos controlan el patrón de migración de las células inmunológicas y todas sus funciones vitales.
  Recordaremos que todos los leucocitos son células móviles, lo que les permite salir de los capilares escurriéndose por los espacios intercelulares de la pared (diapedesis) y emigrar mediante movimiento ameboideo hacia cualquier microorganismo o partícula extraña que haya invadido los tejidos. Por lo tanto, no solo son capaces de alcanzar todos los rincones del organismo transportado por la sangre, sino que también escapan de la sangre y se mueven por los líquidos intersticiales donde se bañan las células.

  Otro descubrimiento importante es que los péptidos son la manifestación bioquímica de las emociones. La mayoría de los péptidos, si no todos, alteran la conducta y los estados de ánimo, de tal manera que cada péptido puede evocar un tono emocional único.
 Los péptidos constituyen el lenguaje bioquímico universal de las emociones. El área cerebral relacionada con las emociones es el sistema límbico.
  El sistema límbico se encuentra muy enriquecido con péptidos, pero no es la única zona corporal rica en péptidos. La totalidad del intestino también está recubierto con receptores de péptidos. Por eso ocurre lo que de forma coloquial se llama "sentir con las tripas". Literalmente sentimos nuestras emociones con el intestino.

  Esta riqueza de receptores de péptidos en el glóbulo blanco y en el intestino explicaría que la acción del agua de mar, tanto por inyección intravenosa (receptores del glóbulo blanco), como por ingesta (receptores del intestino y de la sangre), como por enema (receptores de intestinales y sanguíneos) sea capaz de producir modificaciones no solo a nivel físico, sino también a nivel mental, al incidir directamente en los estados emocionales. Todas las percepciones sensoriales, todos los pensamientos y todas las funciones corporales estarían "tocados por la emoción a través de los péptidos y los péptidos actuarían como mensajeros directos del agua de mar en el organismo".

  El descubrimiento de esta red psicosomática implica que el sistema nervioso no está, como se creía, jerárquicamente estructurado. Como dice Candace Pert, "los glóbulos blancos de la sangre son pedazos del cerebro que flotan a lo largo del cuerpo." En última instancia esto implica que la cognición es un fenómeno que se extiende a lo largo de todo el organismo, operando a través de una intrincada red química de péptidos, que integra nuestras actividades mentales, emocionales y biológicas.
  Hay sustancias químicas para el enojo y para la tristeza, para la victimización, para cada estado emocional. Son las endorfinas, la serotonina, la dopamina, la norepinefrina… Y cada vez que activamos cierta interpretación o pensamiento nuestro hipotálamo inmediatamente libera ese péptido en la corriente sanguínea.
  Si tenemos presente que cada una de las células del cuerpo tiene miles de receptores tapizando su superficie, abiertas a la recepción de tales neuropéptidos, advertiremos que  nuestros estados emocionales anidan finalmente en la totalidad de nuestro organismo.   En otros términos, según la Dra. Pert, los péptidos son las hojas de música que contienen las notas, las frases y los ritmos que permiten a la orquesta, que es el cuerpo, tocar como una unidad integrada y la música resultante es el tono corporal que vivimos como “emoción”.

  Pero ¿cabe hacer algo al respecto? Podemos trascender esta especie de programación, cambiar nuestros modelos internos, desaprender modos negativos de pensamiento y comportamiento y aprender nuevas consignas?

   La respuesta es afirmativa. La neuroplasticidad implica que durante toda la vida mantenemos nuestro poder para desconectar y reconectar nuestras neuronas, desarticular y formar nuevas redes de pensamiento. Y si las células de nuestro cuerpo desarrollan mayor cantidad de receptores hacia aquellas sustancias que las impactan con mayor frecuencia, también podemos actuar para superar aquellas adicciones emocionales que nos hacen sufrir empezando a generar  receptores nuevos para los péptidos correspondientes a los estados emocionales a los que aspiramos.  Tal el poder de nuestra mente, tal la sede de nuestro liderazgo personal.

  Durante toda nuestra vida estamos al volante,  al timón de la vida. Los estados emocionales son también un dominio de diseño. Pero para cambiar las conexiones asociativas automáticas,  para cambiar en último término nuestra propia biología celular (a nivel de receptores de neuropéptidos), lo primero que tenemos que cambiar es nuestra manera de pensar.
  Es hora de corregir el curso de nuestra trayectoria y movernos a un territorio completamente nuevo, es hora de empezar a cambiar desde adentro …Es hora de reemplazar el resentimiento por la aceptación, la resignación por las ganas, es hora de empezar a perdonarnos a nosotros mismos, a desarrollar la gratitud a la vida misma y potenciar la conexión con nuestros dones y talentos. 


domingo, 9 de diciembre de 2012

Podemos reprogramar nuestro cerebro para cambiar el comportamiento




  El bioquímico y estudioso del funcionamiento cerebral Joe Dispenza defiende el poder de esta parte del ser humano para reinventarse cada día. Habla de química, de física, de hábitos, de reprogramación y de una inteligencia superior que tanto le da denominar divina, espiritual o subconsciente. Cree en la capacidad de construir y conducir el propio cerebro y a través de él influir en el cuerpo basándose en su experiencia personal y en la observación de enfermos con remisiones espontáneas.


  Hace algo más de veinte años, Joe Dispenza fue arrollado por un todoterreno cuando participaba en un triatlón. El diagnóstico de los cuatro cirujanos que consultó coincidía, tenía que operarse inmediatamente, debían implantarle barras de Harrington (de 20 a 30 centímetros desde la base del cuello hasta la base de la columna), ya que la tomografía demostraba que la médula estaba lesionada y que podría quedarse paralizado en cualquier momento. 
  Dispenza, que era quiropráctico, sabía muy bien lo que eso significaba: una discapacidad permanente y, muy probablemente, con un dolor constante. Su decisión fue arriesgada: intentaría ayudar a su cuerpo a que se recuperara de manera natural, conocía bien todo lo concerniente a huesos y músculos e ideó un plan de acción que incluía autohipnosis, meditación, una dieta que ayudara a sus huesos a regenerarse y ciertos ejercicios en el agua. Se recuperó totalmente en un tiempo récord y decidió ahondar en el tema. Durante ocho años, estudió las remisiones espontáneas de enfermedades y le sorprendieron tanto los resultados que decidió volver a la universidad para intentar explicar científicamente lo que había descubierto: el poder de nuestro cerebro como director ejecutivo del cuerpo.


  Joe Dispenza estudió Bioquímica en la Universidad Rutgers de New Brunswickle, en Nueva Jersey; obtuvo el doctorado en Quiropráctica en la Life University de Atlanta, donde se licenció magna cum laude y recibió el premio Clinical Proficiency Citation por la extraordinaria calidad de su relación con los pacientes. Miembro de la International Chiropractic Honor Society, ha cursado estudios de posgrado en neurología, neurofisiología, función cerebral, biología celular, genética, memorización, química cerebral, envejecimiento y longevidad. Desde 1997 ha dado conferencias ante más de diez mil personas en 17 países de los cinco continentes. A dado conferencias en Madrid y Barcelona coincidiendo con la edición española de su libro Desarrolla tu cerebro.

“Podemos cambiar la mentalidad al crear nuevos cableados en el cerebro y fortalecerlos con nuestro pensamiento”

¿Cómo empezó a interesarse por el cerebro?
  He entrevistado a cientos de personas que han sido diagnosticadas con enfermedades tumores malignos y benignos, enfermedades cardiacas, diabetes, alteraciones respiratorias, hipertensión arterial, colesterol alto, dolores musculoesqueléticos, raras alteraciones genéticas para las que la ciencia médica no tiene solución…–, pero cuyo cuerpo se ha regenerado por sí solo sin la ayuda de una intervención médica convencional, como la cirugía o los fármacos.

¿Milagro?
  Observé que una de las causas principales de esas remisiones espontáneas era que habían cambiado su forma de pensar, así que volví a la universidad e hice la carrera de neurociencias para poder explicar qué es lo que ocurría. Cuando afirmo que nuestros pensamientos se convierten literalmente en materia, me baso en la más pura vanguardia científica. Básicamente, esos individuos cambiaron la arquitectura neurológica de su cerebro.

Estimulante curiosidad la suya.  Todas esas personas que tenían una remisión espontánea compartían cuatro cualidades específicas. Lo primero es que todas aceptaron, creyeron y entendieron que había una inteligencia superior dentro de ellos, da igual si la calificaban de divina, espiritual o subconsciente. Lo segundo es que todas aceptaron que fueron sus propios pensamientos y sus propias reacciones las que crearon su enfermedad, y puedo hablar y citar estudios sobre cualquiera de estos temas durante media hora. Hay un floreciente campo científico llamado psiconeuroinmunología que demuestra la conexión existente entre la mente y el cuerpo.

Le creo, pero avancemos en sus conclusiones.
  La tercera característica común es que cada persona decidió reinventarse a sí misma para llegar a ser otro, y los estudios actuales en neurociencias muestran que esto es totalmente posible. Por último, tenían en común que durante el periodo en que intentaban meditar o imaginar en qué querían convertirse, hubo tiempos largos en que perdieron la noción del tiempo y el espacio.

¿Y eso qué significa?
  El lóbulo frontal representa un 40% ciento de la totalidad del cerebro, y cuando estamos de verdad concentrados o focalizados, el lóbulo frontal actúa como un control de volumen. Como tiene conexiones con todas las demás partes del cerebro, puedo rebajar el volumen del tiempo y del espacio. En otras palabras, los circuitos que tienen que ver con mover tu cuerpo, sentirlo, percibir lo que hay fuera y percibir el tiempo pasan a un segundo plano, y el pensamiento se convierte en la experiencia en sí, es más real que cualquier otra cosa. De este modo el lóbulo frontal elimina todo lo que no es prioritario para focalizarse en un único pensamiento, y es en ese momento en que el cerebro rehace su cableado.

¿En qué se traduce?
  Aquello en lo que pensamos y en lo que concentramos nuestra atención con más frecuencia es lo que nos define a escala neurológica.

  Un reciente estudio demuestra que las grandes ideas surgen cuando uno está relajado, pensando en otras cosas.
  Entre la intención y el rendirse. Antes se creía que la parte derecha del cerebro es la parte emocional o sentimental, el lado creativo, y la izquierda, la racional o lógica. Pero de hecho, el lado derecho del cerebro es el responsable de procesar la novedad cognitiva, las nuevas ideas que, cuando ya están memorizadas, cuando se convierten en familiares, pasan al lado izquierdo del cerebro. Es lo que conocemos como rutina cognitiva.

¿Cambiar las marchas del coche?
  Todas esas cosas que hacemos sin pensar, sí. Esa es la razón de que cuando un neófito escucha música la oiga con el lado derecho del cerebro, pero un músico profesional lo haga con el izquierdo. Esto significa que tenemos la oportunidad de aprender cosas nuevas y recordarlas, es la manera que tiene la evolución de hacer conocido lo desconocido. Podemos cambiar nuestra mentalidad. Al crear nuevos cableados y fortalecerlos con nuestro pensamiento, dándoles prioridad, los que no utilizamos tienden a desaparecer.

  Usted habla de inteligencia espiritual, ¿qué es eso, cómo lo explica desde un punto de vista científico?
  No hay nada místico en ello. Se trata de la misma inteligencia que organiza y regula todas las funciones corporales. Esta fuerza hace que nuestro corazón lata ininterrumpidamente unas cien mil veces cada día sin que nosotros pensemos siquiera en ello, y se encarga de las sesenta y siete funciones del hígado, aunque la mayoría de la gente ni siquiera sabe que ese órgano realiza tantas tareas. Esta inteligencia sabe cómo mantener el orden entre las células, los tejidos, los órganos y los sistemas corporales, porque ha sido ella quien ha creado el cuerpo a partir de dos células individuales.

¿El poder que da origen al cuerpo es el poder que lo mantiene y lo sana?  El cerebro no puede cambiar el cerebro porque es sólo un órgano, y la mente no puede cambiar el cerebro porque es un producto del cerebro. Así que tiene que existir algo que está operando en el cerebro para que cambie la mentalidad.
“Si cada mañana nos planteáramos cuál es la mejor idea que puedo tener de mí mismo, tendríamos otro tipo de mundo” ¿Cómo define ese algo? Ja, ja, ja, esa es una pregunta muy filosófica, dos botellas de vino y quizá cuatro horas, porque se trata de la búsqueda del ser. Pero por el momento es curiosamente la ciencia la que nos permite explicar que efectivamente tenemos control sobre nuestra mente y nuestro cerebro, es decir, que no somos un efecto de nuestros procesos biológicos sino una causa. Básicamente, más allá de mis estudios sobre las remisiones espontáneas de enfermedades, lo que intento transmitirle es que nuestros pensamientos provocan reacciones químicas que nos llevan a la adicción de comportamientos y sensaciones y que cuando aprendemos cómo se crean esos malos hábitos, no sólo podemos romperlos, sino también reprogramar y desarrollar nuestro cerebro para que aparezcan en nuestra vida comportamientos nuevos.

¿Y la predestinación genética?
  La investigación científica de vanguardia está mostrando que la genética tiene la misma plasticidad que el cerebro. Los genes son como interruptores, y es el estado químico en que vivimos el que hace que algunos estén encendidos y otros apagados. Se ha realizado un estudio muy interesante en Japón con enfermos dependientes de la insulina tipo dos que mostraba cómo los enfermos sometidos a programas de comedia normalizaban su nivel de azúcar en sangre sin necesidad de insulina. Veinticuatro genes activados sólo por el hecho de reírse. Los genes son igual de plásticos que nuestro tejido neuronal.

¿Cada vez que pensamos fabricamos sustancias químicas?
  Así es, y estas sustancias a su vez son señales que nos permiten sentir exactamente cómo estábamos pensando. Así que si tienes un pensamiento de infelicidad, al cabo de unos segundos te sientes infeliz. El problema es que en el momento en que empezamos a sentir de la manera en que pensamos, empezamos a pensar de la manera en que nos sentimos, y eso produce aún más química.

Un círculo vicioso.
  Sí, y así se crea lo que llamamos el estado de ser. La repetición de estas señales hace que algunos genes estén activados y otros apagados. Memorizamos este estado como nuestra personalidad, así que la persona dice: “Soy una persona infeliz, negativa, o llena de culpa”, pero en realidad lo único que ha hecho es memorizar su continuidad química y definirse como tal. Nuestro organismo se acostumbra al nivel de sustancias químicas que circulan por nuestro torrente sanguíneo, rodean nuestras células o inundan nuestro cerebro. Cualquier perturbación en la composición química constante, regular y confortable de nuestro cuerpo dará como resultado un malestar.

Estamos enganchados a nuestra química interna.
  Sí, haremos prácticamente todo lo que esté en nuestra mano, tanto consciente como inconscientemente y a partir de lo que sentimos, para restaurar nuestro equilibrio químico acostumbrado. Es cuando el cuerpo ya manda sobre la mente.

¿Propone cambiar la química cerebral con nuestro pensamiento?
  Es una parte de mi trabajo, no se trata sólo de cambiar la química cerebral, también los circuitos cerebrales, el cableado. Si podemos forzar al cerebro a pensar con otros patrones o secuencias, estamos creando una nueva mente. El principio de la neurociencia es que si las células neuronales se activan conjuntamente, se entrelazan creando una conexión más permanente. Una persona ante una situación, por nueva que sea, recurre a esa conexión, es decir, repite el mismo pensamiento una y otra vez y da las mismas respuestas, su cerebro no cambia, vive con la misma mente cada día. 

¿Cómo interrumpir el ciclo?
  A través del proceso de conocimiento y de la experiencia podemos cambiar el cerebro. Es buena idea examinar constantemente qué podemos cambiar dentro de nosotros. Si cada mañana nos planteáramos cuál es la mejor idea que podemos tener de nosotros mismos, tendríamos otro tipo de mundo.

¿Qué preguntas debemos hacernos para sentir de otra manera?
  La mayoría de las personas cree que las emociones son reales. Las emociones y los sentimientos son el producto final, el resultado de nuestras experiencias. Si no hay experiencias nuevas o vividas de otra manera, vivimos siempre en la actualización de sentimientos pasados. Se trata del mismo proceso químico vez tras vez. Una pregunta que ayudaría a cambiarnos es: ¿qué sentimiento tengo cada día que me sirve de excusa para no cambiar? Si las personas empiezan a decirse: yo puedo eliminar la culpa, la vergüenza, las sensaciones de no merecer, de no valer…; si podemos eliminar esos estados emocionales destructivos, empezamos a liberarnos, porque son estos estados emocionales los que nos impulsan a comportarnos como animales con grandes almacenes de recuerdos. ¿Cuál es el mayor ideal de mí mismo? ¿Qué puedo cambiar de mí mismo para ser mejor persona? ¿A quién en la historia admiro y qué quiero emular?
Pero saber quién quieres ser no es suficiente para cambiar tu cableado.  No. El conocimiento es lo que precede a la experiencia. Aprender una información es personalizarla y aplicarla. Debemos modificar nuestro comportamiento para poder tener una nueva experiencia que a su vez crea nuevas emociones. El conocimiento es para la mente; la experiencia, para el cuerpo. Tenemos que enseñar al cuerpo lo que la mente ha entendido intelectualmente. Si seguimos repitiendo esa experiencia, se archiva en un sistema nuevo en el cerebro, y eso permite pasar del pensar al hacer, al ser.

El siguiente paso es cambiar hábitos de comportamiento, tiene que haber acción.
El hábito más grande que tenemos que romper es el de ser nosotros mismos, porque la neurociencia y la psicología dicen que la personalidad ya esta formada antes de los 35 años, eso significa que tenemos los circuitos hechos para poder enfrentarnos a cualquier situación y, por lo tanto, vamos a pensar, a sentir y actuar de la misma manera el resto de nuestros días. Pero los últimos estudios muestran que es posible cambiar la personalidad en todas las etapas de la vida, para eso hay que convertir el hábito inconsciente en algo consciente, llegar a tener conciencia de esos pensamientos y sentimientos inconscientes.

¿Eso son 20 años de psicoanálisis?
  Aunque llegues a entender intelectualmente que tu padre era muy dominante, eso no cambia tu condición. El primer paso siempre es aprender. Mientras vamos aprendiendo nueva información y empezamos a pensarla, la contrastamos con nuestras creencias y la analizamos, estamos cambiando nuestro cableado, construyendo una nueva mente. Una vez esa nueva mente está establecida, tenemos que empezar a pensar cómo mostrarla, y ahí entra el cuerpo. Cualquier proceso de cambio requiere el desaprender y el reaprender.