De
oruga a mariposa:
Cuando
la oruga ha comido lo suficiente, busca un lugar seguro, teje un capullo y se
encierra en él. Luego muda su piel externa y segrega una cubierta más fuerte y
gruesa, permanece en este estado de crisálida sin comer, sin excretar, sin
moverse, y en ese capullo ocurre un proceso de transformación por el cual muere
la mayor parte del cuerpo viejo de la oruga. Se liberan unas enzimas que
digieren el tejido de la oruga, o sea que se digiere a sí misma, pero no todo
el tejido es destruido, quedan algunos grupos de células que hasta ese momento
estaban “dormidas” y que ahora comienzan a crecer de nuevo supervisando la
construcción del nuevo cuerpo con los jugos digestivos del viejo cuerpo de la larva.
Unas células serán el ala, otras formarán las patas, antenas, y demás órganos
de la mariposa adulta. Emergerá una criatura nueva, que ya no tendrá que
arrastrarse para comer, ahora la mariposa con sus hermosas alas puede
experimentar la vida de una manera que la oruga “nunca hubiera podido
imaginar”, y todo gracias a la muerte de la criatura anterior.
Esto podemos compararlo a la vida misma, refleja hasta qué punto la
vida es un proceso de transformación en el que todos los acontecimientos fluyen
de forma permanente y de cómo cada cosa que nos sucede tiene un significado, un
porqué, aunque no logremos verlo.
Esto lo confirma nuestro propio cuerpo, en el que cada cierto tiempo se
regeneran sus células hasta el punto de que cada siete años todo el organismo
es prácticamente nuevo. Vemos como cambian con los años nuestro carácter,
nuestras formas de pensar o nuestras actitudes.
Pero hay un aspecto que nos cuesta mucho más modificar: las
creencias. Y es que por lo general, las creencias están tan profundamente
arraigadas en nosotros, que cuando alguien las pone en entredicho, se
produce casi siempre una fuerte resistencia. Esta resistencia es una de las
mayores dificultades del ser humano para crecer interiormente.
Y es que no somos conscientes de la tremenda programación a la que
hemos sido sometidos desde que nacimos, primero por nuestros padres y
familiares cercanos, luego por los maestros en la escuela, el ambiente y la
sociedad en la que hemos vivido. De tal manera que las respuestas que damos
ahora, como seres adultos, están condicionadas por todo esa carga de creencias
impuestas.
Estas creencias están tan arraigadas, que condicionan nuestra
visión de las cosas, nuestros gustos, nuestras percepciones emocionales y
psicológicas, y, en suma, nuestra personalidad. Sin embargo, es sólo
confrontando nuestras creencias con otras, replanteándonos lo que siempre hemos
creído, como podemos avanzar, como podemos percibir otras realidades, como
podemos evolucionar y crecer como personas. Única forma de poder realizar una
transformación consciente. Esta transformación supone poder elegir en todos los
ámbitos, por nosotros mismos, saliéndonos del condicionamiento, de las
creencias.
Y ahí encontramos la mayor dificultad, porque "creer" es asumir
como ciertas las informaciones recibidas por distintas vías sobre un tema para,
inmediatamente, convertirse en verdades, sin cuestionarlas.
Con lo cual, las creencias, en general, están exentas de lógica y
suelen asentarse en el inconsciente colectivo hasta que son sustituidas por
otras con mayor carga racional. De manera que conforman una especie de
programas o esquemas mentales a través de las cuales discurren nuestros
pensamientos y vemos la realidad. Por eso cuando cambiamos el esquema mental,
es decir, cuando modificamos "los programas", cambia inmediatamente
la realidad de la persona. Algo de mucha importancia en el ámbito de la salud.
Porque hoy se sabe que si en vez de creer que sufrimos procesos
degenerativos, creemos que nuestro cuerpo se renueva a cada instante, que hay
una inteligencia innata que se ocupa de mantener la vida, que nuestras células
llevan impresa la orden de supervivencia, estaremos dando a nuestro
cuerpo un mensaje de equilibrio y salud. Y, sobre todo, no habrá en nuestro
interior miedo, la emoción más nociva de todas porque influye en esa orden de
supervivencia inscrita a nivel genético.
De ahí que ser conscientes de nuestros procesos físicos, emocionales y mentales
redunde de inmediato en una mejoría de la salud. Así lo demostraron, entre
otros, los experimentos de laboratorio realizados por el Dr. Deepak Chopra en
la Facultad de Medicina de la Universidad de Boston y en la Asociación de
Medicina Ayurvédica de Lancaster, Massachusetts, según los cuales todas las
funciones supuestamente involuntarias -regidas por el inconsciente- del cuerpo,
como el latido del corazón, la respiración, la digestión, la temperatura
corporal, las secreciones hormonales, etc., pueden ser también reguladas
conscientemente mediante la biorrealimentación, un proceso de toma de
consciencia muy sencillo basado en técnicas de meditación.
Algo comprensible si tenemos en cuenta que si la energía mental
coordina el orden electromagnético de la energía vital y ésta a su vez mantiene
el orden a nivel celular, cuanta más coherencia haya en la emisión de
pensamientos mayor será el aporte energético que recibirá nuestro cuerpo
físico, lo cual beneficiará mucho nuestra salud.
Por el contrario, la inconsciencia puede provocar un caos o
desorden energético que a la larga terminará produciendo deterioros corporales.
En cambio, una vida de participación consciente los previene. Es decir, si
prestamos atención a los procesos corporales en lugar de dejar que funcionen de
forma automática se producirá en ellos una mejora sustancial.
Mediante ejercicios de respiración consciente comienzan a los pocos minutos a
sincronizarse las ondas cerebrales, se aquieta el ritmo cardiaco y se equilibra
la presión arterial.
Por otra parte, sabemos que nuestros sistemas más importantes son
el endocrino, el inmunológico y el nervioso ya que son los principales
controladores de nuestro cuerpo. Pues bien, las células inmunitarias y las
glándulas endocrinas tienen los mismos receptores de señales cerebrales que las
neuronas; es decir, son como una prolongación de nuestro cerebro que circula
por todo el cuerpo. Lo que ha llevado a los científicos a plantearse que la
consciencia ha de existir en realidad en todas las células de nuestro
organismo. De hecho, está comprobado que los estados de aflicción mental se
convierten en procesos bioquímicos que crean enfermedades pero también es
verdad que un estado de felicidad, alegría, ilusión u optimismo es capaz de
producir automáticamente las sustancias necesarias naturales para contrarrestar
la enfermedad.
A fin de cuentas, la entropía -es decir, la tendencia que tienen
los sistemas complejos a desorganizarse- sólo tiene lugar -en lo que al ser
humano se refiere al menos- en el mundo físico. No ocurre así en el plano
mental -no hablamos del cerebro, que es un órgano físico- ya que está en un
nivel vibratorio superior y no sigue esa tendencia. De ahí que pueda volver a
poner en orden el caos electromagnético que produce toda enfermedad.
Ampliando nuestra conciencia
Es preciso entender que el aprendizaje del ser humano no se
completa en una determinada etapa sino que es algo consustancial y no termina
nunca. En consecuencia, sólo estamos limitados por nuestro grado de
consciencia, lo que implica que en la medida en que ampliemos ésta se ampliarán
también nuestros propios límites.
Y es que es el desconocimiento de nosotros mismos lo que nos hace
víctimas de la enfermedad, del envejecimiento y de la muerte. Por eso es tan
importante revisar de manera constante todas las creencias que hemos ido
acumulando a lo largo de la vida ya que a lo mejor descubrimos que pueden ser
sustituidas por otras más acordes con nosotros, con la vida y con la realidad.
Algo a lo que podemos acceder hoy merced a los nuevos descubrimientos de la
ciencia en todos los ámbitos.
Sabemos que nuestra mente es un arma de doble filo y que tanto
puede destruirnos como curarnos. Sólo depende de cómo adiestremos o
condicionemos nuestros pensamientos para crear patrones mentales destructivos o
constructivos. Además, de la actitud con la que afrontemos nuestros problemas
de salud dependerá que ello redunde en un beneficio para nuestro crecimiento
como seres en evolución o que la experiencia se limite a formar parte del
sufrimiento de la inconsciencia.
Veamos pues la enfermedad como una oportunidad para descubrir
aquellos aspectos de nuestra vida que no funcionan. Para ello sólo tenemos que
escuchar a nuestro cuerpo cuando nos habla.
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